Redundancia

Por: Mario E. Fumero
Existen muchas formas de decir las cosas, y uno de los errores más comunes que cometemos es ser “redundantes”. Es por ello que deseo explicar el término redundancia. Según la Real Academia Española la palabra redundancia “es la repetición inútil de una palabra, de un concepto o de una idea en un mismo frag-mento del discurso o del texto”. Es tratar de decir o llegar a expresar una idea repitiendo lo mismo muchas veces. Para ello haré una comparación de redundancia, usando la ilustración del avión que parte de un punto, para llegar a otro, pero cuando llega al punto del destino, empieza a dar vueltas tratando de aterrizar pero para hacerlo da muchas vueltas, y vuelve a subir para dar otras más hasta por fin tocar tierra.

Esta ilustración del avión es semejante al predicador o conferenciante que para llegar a un tema, da muchas vueltas por diversos textos o ideas, sin dejar claro el objetivo principal del discurso. Es aquella persona que al hablar contigo, por miedo a expresar algo claro, comienza a expresar otras ideas, dando un giro en torno a diversos temas, para buscar la forma de aterrizar en lo que quiere decir.

¿Por qué redundamos tanto en los mensajes? Solo hay dos explicaciones lógicas. La primera es que la persona que habla, no tiene clara la idea que quiere expresar, y por lo tanto, da muchas vueltas al tema sin saber a dónde va ir a parar. La segunda razón por la cual muchas personas no aterrizan en lo que expresan es por miedo a hablar claro, y temer una reacción negativa de su interlocutor, o sea, decir una verdad cruda, temiendo una reacción negativa, y entonces, adopta un mensaje diplomático para tratar de suavizarlo y adornarlo posiblemente de expresiones diluidas para no ofender al que escucha. Es ahí cuando se apela al engaño, característica típica de los políticos, los cuales con palabras falsas, seducen la mente de los incautos.

Cuando queremos comunicar una verdad, o dar una enseñanza, lo primero que tenemos que tener claro es nuestro objetivo, o sea, hacia dónde quiero llegar o aterrizar. Esto se define con una sencilla pregunta: ¿qué quiero decir y adónde quiero llegar? Por lo tanto, debemos tener las ideas claras de nuestro objetivo y usar palabras sencillas que sean comprensibles. Cuanto más corta sean nuestras expresiones, y más sencillas sean nuestras palabras, más a gusto se encontrará la gente.

Si la idea que quiero expresar es real, pero su contenido es duro, debo buscar la forma de expresarla con amor, pero con firmeza. La verdad no se puede disimular ni tampoco disfrazar. Hay personas que se aburren, escuchando a un predicador o conferenciante redundado y repitiendo tanto algunas ideas, que la gente se desespera y se frustra. El poder de un mensaje o discurso no está en lo largo que el mismo sea, ni en las muchas ilustraciones o gracias que le añadamos al mismo, sino en la sencillez, firmeza y claridad con que expresemos el objetivo del mismo. En el caso del mensaje cristiano, solamente caben dos opciones, o el mensaje es persuasivo, o es confortativo, pero no debemos dar un mensaje que entretenga a la gente y que no busque aterrizar en un objetivo claro, en tal caso, el mensaje se estrella y la gente no se edifica. Con ideas vagas que ni persuaden ni transforman al oyente, sino que más bien los mantienen contentos en su condición pecaminosa y corrupta. Es bueno recordar el adagio que dice que “en las muchas palabras hay pecado” y cuanto menos hablemos, menos pecamos.

Jesucristo y el apóstol Pablo nos advirtió el peligro de la “mucha palabrería” (Mateo 6:7 1 Timoteo 1:6) y enfatizó que debemos ser claros, sencillos y precisos, por lo cual, nuestro hablar debe ser firme y claro, que nuestro sí, sea sí y nuestro no, sea no, porque lo que es de más, del mal procede (Mateo 5:37).

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