Diálogo

Diálogo:

El diálogo que convoca el Presidente tiene un propósito muy claro: legitimar el fraude que permitió el continuismo.

¿Aceptará dialogar la oposición? Es improbable. Sus posiciones son irreconciliables. El Presidente exige que reconozcan su victoria, alegando que es producto de las elecciones más transparentes y honestas de la historia republicana, y la oposición propone nuevas elecciones presidenciales porque califica de fraudulentas las realizadas.

Conspira también contra el diálogo que el convocante es conocido por no respetar sus compromisos. Ejemplos hay muchos. Tantos que el espacio de este artículo no sería suficiente para enumerarlos. Juró respetar la Constitución, defenderla, cumplirla y hacer que los demás la cumplan; sin embargo, la violó cuantas veces lo consideró necesario y alentó a otros a violarla. ¿Es confiable quien quebranta tan notable y solemne juramento?
Repitió hasta la saciedad que no intentaría estar un día más en la Presidencia, luego de expirar su período. Sin embargo, hizo todo cuanto pudo para hacer lo contrario. Preparó todo para que fuese posible. Renovó, violando la Constitución, la Sala de lo Constitucional, con el avieso propósito de remover la prohibición de reelegirse, a lo que se prestaron un grupo de correligionarios que pidieron se emitiera sentencia decretando inconstitucional e inaplicable, con efectos derogatorios, la disposición constitucional que la contenía. En otras palabras, se inauguró la tesis de la inconstitucionalidad de la Constitución. En adelante, será constitucional únicamente lo que, en sus sentencias, declare la Sala de lo Constitucional, aunque sea contrario a lo que expresamente mande la Constitución formal. El poder constituyente ya no reside en el pueblo ni, por delegación, en sus legítimos representantes. Lo asumió el Presidente, quien lo ejerce por medio de cinco empleados suyos disfrazados de togados, cuyos criterios, expresados en forma de sentencias, constituyen las reglas supremas a las que todos, menos su jefe, estamos sometidos. El juramento constitucional de “cumplir y hacer cumplir la Constitución” debe entenderse, en adelante, como “cumplir y hacer cumplir las reglas supremas que emanen de la Sala de lo Constitucional”.

Tan burdamente planeado fue este atroz crimen contra la patria, que pasaron por alto los artículos que postulan la inviolabilidad del Principio de Alternabilidad en el Ejercicio de la Presidencia, cuyo garante, por mandato constitucional, son las Fuerzas Armadas, y cuya transgresión constituye delito de traición a la patria. Por este principio, plenamente vigente, se prohíbe, pues, el continuismo, esto es, la reelección para el período sucesivo. Esto significa que, en la delirante suposición de que admitiésemos como verdad jurídica lo que decidió aquella Sala cuando decretó inconstitucional la prohibición de la reelección, el Presidente en funciones no podría ser candidato porque este principio se lo impide. En otras palabras, todos los expresidentes podrían reelegirse menos JOH. Sin embargo, logró que las autoridades hicieran caso omiso de esta prohibición y se impuso su candidatura. Una violación más al juramento que prestó el día de su investidura.

Otro evento que nos dice quién es el Presidente es el dialogo que, al inicio de su gobierno, convocó y que resultó una trampa para todos los que fueron, porque nada de lo que se discutió se aprobó, como es el caso de las reformas electorales, que, justamente, por no aprobarlas es que nos encontramos en este tremendo lío, que amenaza la paz de la nación.

Son hechos que exhiben la proclividad del Presidente a incumplir sus juramentos, los más sensibles, porque conciernen a la esencia de la investidura de Presidente. En esta línea de acción, se invita a todos para alegar, luego, imposibilidad de cumplir; logra, sin embargo, que los asistentes reconozcan su “victoria”. Despierta los apetitos de todos, pero la única que puede legitimar su continuismo es la oposición política, y él es consciente de esto.

Para torcerle el brazo a la oposición, el Presidente, seguramente, acudirá a todo, incluso a lo que ha caracterizado su gobierno. La compra de “voluntades y conciencias”. En nuestro aldeano mundillo político, abundan quienes ponen precio a su voluntad y a su conciencia, apelando a aquella máxima muy nuestra de que “aquí nadie se prestigia ni se desprestigia”, con lo que se quiere indicar que nuestra sociedad le dispensa igual respeto y estimación a los honestos y a los corruptos, incluidos los asesinos (repárese en el tratamiento prodigado en el mundo social y político a los “carniceros” de los 80). Por eso, en el Congreso Nacional, cada vez que se viola la Constitución o se comete un acto atroz contra la patria, los diputados, con brío y fuerza inusual, cantan el himno nacional.

¿Cuántos arriarán las banderas de la dignidad nacional para colocarlas a los pies del Presidente? No importa quiénes sean y cuántos sean, a fin de cuentas, “aquí nadie se prestigia ni se desprestigia”.