Los hondureños enfrentamos desafíos personales como cualquier otro ciudadano del mundo. Desafíos económicos, educativos, informativos, medio ambientales, de salud, de sobrevivencia en condiciones normales y anormales como a las que estamos sometidos. Precisamente o más, por ser habitantes de un tercer mundo, lo que no implica que facultades, conocimientos y aspiraciones también lo sean. No del ciudadano común, para quien la vida es pura lucha. El ignorado excepto en épocas electorales, quien pareciera, desesperanzado, siempre se acerca a la mesa electoral, deposita su voto y espera el cambio. Espera y no desespera. Y periódicamente el círculo vuelve a cerrarse: se acerca a la mesa electoral, deposita su voto y a esperar el cambio. Otros no se acercan, no depositan su voto y también esperan el cambio. Y afianzan su propio círculo. Surrealismo cívico. El desafío económico en ciertos sectores es tasado tal una economía de guerra. Dicen que acostumbrados, ni nos enteramos. O más bien, arrojados como somos los hondureños, lo soportamos. Solo Dios sabe cómo viven los menos afortunados. Espartanos podría ser un calificativo aplicable a las mujeres y hombres de Honduras. Aunque a veces nos quejamos, pero en forma inaudible. No escuchan, no se enteran. La seguridad personal y jurídica aquí presenta más desafíos: no pueden tenerse por derechos adquiridos, es asunto de conquistarlas. Amenaza constante. El reconocimiento por méritos es sueño. Qué desafíos los del artista, del intelectual comprometido con la realidad, los del que añora un quehacer respetado, independiente del poder. Todo es desafío en Honduras. ¿Será que esta vez también volveremos a cerrar el mismo círculo: acercarnos a la mesa electoral, depositar el voto y a esperar el cambio? Y que como antes, como siempre, el cambio llegue solo para quienes detenten el poder. Este es ahora el gran desafío, que esta vez ese círculo perverso no se cierre: que no esperemos el cambio, que lo exijamos. Y lo hagamos